Lartigue sale despedido desde algún sitio donde parecen no existir los límites del erotismo. Con la última serie de pinturas ¨Chicos Lartigue¨ está invadiendo el campo sensorial del arte.

Los chicos, equilibristas natos, se presentan como espejismos de calor. Ellos parecen haber ganado una guerra y estar intactos ante la presencia de la más perfecta belleza. Inmaculados, esbozan una geometría matemática absurda, una sonoridad de color que muchas veces los hace despegar del lienzo. No siempre se puede jugar con la lujuria y salir ileso, pero Lartigue juega aniñadamente con una pragmática estrategia que no deja argumento alguno ante tanta belleza. Un miedo, un horror inevitable por contemplar el cuerpo del hombre quedan suspendidos en la lista de los acusados. La vorágine máquina de la imagen de la mujer se ha comido todos los lienzos en la historia del arte, una presencia casi piadosa ya no puede ejercer más presión visual y más acomodo que la del cuerpo femenino.

Afilados y con paciencia entran los cuerpos pecadoramente sexies de Lartigue, no hay nada que juzgar en ellos, simplemente admirar con devoción una perfección salvadora. Como si el pecado no se pudiese asociar al hombre, como si la perfección no fuera un fin humano, estos chicos poseen cabezas de animales, antropomorfizados, provenientes de algún lugar fáunico imaginario. Sugieren un juego más allá de lo real. Cabezas de animales que muchas veces nos hacen pensar en otra clase de erotismo, una conquista de la perfección a través de lo animal; un cuerpo de superhéroe que enmascarado detrás de la forma animal sugiere unas reglas del juego propias a desarrollarse en un laberinto de posibilidades privadas; insospechadas. Con una paleta se sólidos vibrantes y un manejo de una técnica propia, Lartigue transita un hiperrealismo salvaje, emprende una lucha sagrada, una guerra por conquistar sus más ansiados deseos de perfección; una humana y humilde tarea de todos los tiempos. Tarea que lo lleva a reivindicar el cuerpo del hombre como un guerrero de luz que no se oculta más ante su propia esencia, imágenes que alcalinizan los líquidos del cuerpo, ponen en funcionamiento una indestructible máquina de belleza a la cual no se le puede negar engranaje. Quedan aparte los desconsolados y vitupendiados errores de la visión del cuerpo del hombre, sin siquiera poder clasificarlos dentro de alguna corriente pragmática. Es aquí donde suspendidos en perfecto equilibrio ellos pueden desplegar lo que han venido a hacer. Es aquí donde nace el ejército impoluto de Chicos Lartigue.

MARCO GORGOROSO.

Lartigue nace en Alberti en 1972, pequeña ciudad a 200 km de Buenos Aires (capital argentina) la cual lo vería crecer hasta los 18 años de edad . Con espíritu aventurero y siendo un emprendedor, empezó a desarrollarse de manera autodidacta como pintor. Desde la infancia concebía la idea de estar viajando y exponiendo su obra por todo el mundo. Creyente en que el tiempo ideal para permanecer en un sitio debe ser de 3 años, lo llevó a residir en distintas ciudades del mundo- ya con la mayoría de edad-, haciendo de esta gran experiencia la mejor escuela . Integrar a su aprendizaje el ser agudo en la observación, deducir cómo llegar a ciertos colores, luces, sombras le ha ayudado a su consolidación como artista. Su obra ha sido publicada en distintos países como Alemania , EEUU, Italia, Chile, Brasil, Uruguay, Argentina, entre otros.

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